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Compartimos una nueva obra dentro de la sección “Terapeuta Familiar creativo“.

Tema del Congreso: Violencia en la pareja.

Autora: Pilar Fernández. Amiga de ATFRM

Todo al rojo

                Nunca he llevado los labios pintados de rojo.

                Nunca.

                Al principio, yo no quise; luego, él no me dejó. Hoy, la barra de carmín tiembla entre mis dedos y, puede parecer absurdo, pero no logro acercarla a mi boca, aún tengo miedo. Todavía me asusta verle asomar por la puerta del baño con esa mirada llena de desprecio y desdén y recriminar mi actitud de puta. Todavía tiemblo mientras miro de reojo hacia una puerta que sé que no esconde nada. Hoy tengo que superar ese miedo, eso me repito una y otra vez para convencer a la diminuta mujer que me encara en el espejo del baño.

                Varios meses de terapia dan para mucho y son realmente pocos para superar nada. Una hora en coche una vez a la semana para enfrentar los momentos más oscuros de mi vida, los más tristes; sesenta minutos frente al volante para poder escuchar que la culpa no fue mía pero que no estoy exenta de responsabilidad; tres mil seiscientos segundos de viaje para purgar lo que fui, recomponer lo que soy y llegar a tener la fuerza para ser quien quiero ser. Y hoy, tengo que hacerlo con los labios del rojo más rojo que he encontrado en el súper.

                Tras el primer insulto, la primera disculpa, lo más triste: no la suya, sino la mía. Tras el primer el golpe, el primer morado y con él, el primer secreto, lo más triste: no el suyo, sino el mío. Así llené mis días de primeras veces que prometían ser las últimas, así pasé la vida escondiendo verdades, proclamando mentiras y creyendo sus palabras. Mi primer embarazo, jamás mi primer hijo, se perdió en una torpe caída de escaleras porque ese día había llegado algo más tarde de lo que debía, para él, los médicos nunca llevaban retraso, solo ganas de tontear conmigo. Y seguí allí, creyendo que me quería.

                Solo tengo ganas de tirar esa barra de labios a la basura. No obstante, ahora, que empiezo a reconocer en algunas esquinas de mi mirada la mujer que fui, esa que se sentía capaz de tantas cosas y nunca pensó que tendría que escapar, es cuando tengo que hacerlo, sé que puedo hacerlo, solo tengo que creerlo. Comienzo a girarlo hasta ver aparecer ese color que hoy tiene tanto significado para mí, al mismo tiempo que las lágrimas comienzan a caer por mis mejillas. Abandono ese minúsculo reto de entre mis dedos y lo dejo junto al lavabo, y en su lugar busco mi teléfono. Tengo que hablar con ella, con la persona que ha estado ahí,  la que me sacó a la fuerza de su lado y me obligó a enfrentar una situación que yo ya sabía, pero que no quería asumir porque significaba reconocer demasiadas cosas, y no tenía valor. Ella sigue cobijándome incluso desde tan lejos, guardo con ella la misma distancia que he tenido que poner entre él y yo para poder sentirme segura. Únicamente ella y la policía saben que estoy aquí. Fue más fácil poner por medio kilómetros y kilómetros y empezar de cero, que quedarme cerca y saber que quizá, volvería a su lado o peor aún, que si no lo hacía, él no se quedaría de brazos cruzados viéndome recuperar la vida.

                Marco su número sabiendo que responderá.

                ―Hola, cielo ¿cómo estás? ―me pregunta al segundo toque de llamada, y solo escuchar su voz me hace sonreír. Esa pequeña mujer que vivía en el piso de abajo, pronto se convirtió en mi amiga y más tarde, en mi salvadora. La quería mucho antes de todo, pero ahora le debo mi vida y no hay amor que pague eso. Por eso sonrío y lloro al mismo tiempo que le cuento mi tarea: que mi terapeuta me ha dicho que hoy debo aparecer con los labios pintados de rojo a su cita, y que estoy muy asustada.

                ―Parece algo tan absurdo, que yo misma me avergüenzo de no poder hacerlo ―le confieso entre sollozos.

                ―Escucha, mi niña ―me responde con esa voz firme tan suya, esa que me obligó a enfrentar al monstruo con el que dormía, esa que te hace escuchar aunque no quieras, pero a la vez tan llena de dulzura que me calma al instante, suspiro y procuro recomponerme mientras la escucho decir―, doce años de miedo no se olvidan por muchos kilómetros que recorras y por unos meses de esperanza; doce años de anulación no se recuperan en un suspiro, pero estás en ello. Dejarte ganar por el miedo, por el desencanto, por el abandono es algo muy sencillo, porque solo tienes que dejarte ir, dejarte arrastrar por ellos es algo tan sencillo… Lo difícil es enfrentarlos, luchar contra ellos, eso solo lo pueden hacer los valientes, y tú lo eres. Lo que has soportado debe demostrarte que puedes con esos labios pintados de colorao y con lo que te echen. Así que dale dos pasadas, tan solo porque puedes y mándame una foto.

                Después de colgar me siento más ligera, la carga pesa menos si alguien te ayuda a llevarla. Mis manos siguen temblando, debo respirar como me han enseñado para calmarme y para evitar volverme buscando esos ojos que me castigaban solo con mirarme. Levanto el lápiz de labios y lo acerco a la boca, puedo hacerlo me repito.

                Una sonrisa escapa de esos labios que han apostado todo al rojo y han ganado mientras me hago una foto. La pondré de fondo de pantalla para que me recuerde muchas cosas, pero sobre todo, porque puedo.